Atahualpa confía en obtener una victoria aplastante. No solo se encuentra en su territorio sino que su ejército supera largamente en número al de los recién llegados. El inca decide entonces encabezar a su pueblo para capturar a los “barbudos” y mostrar su poderío, pero los españoles aguardan su llegada preparados para combatir hasta la muerte.

Aunque la batalla contra el ejército incaico ha terminado, francisco Pizarro no encuentra la paz aún. El destino del inca Atahualpa, ahora prisionero de los españoles, se ha convertido en una preocupación inquietante para el conquistador. Asediado por los temores de sus compañeros, su aprecio por Atahualpa y sus propias dudas, Pizarro se verá obligado a tomar una decisión que cambiaría el curso de la historia.

El destino de Atahualpa es inevitable. El tiempo de los incas ha llegado a su fin. Prueba de ello será la muerte del último soberano el imperio incaico, cuyo proceso no carece de interrogantes históricas y humanas. La confrontación de Atahualpa ahora es consigo: la soledad absoluta de un hombre que encara la ruina de un pueblo y de su propia vida.